“ Well, they started the fight and the wall is
the weapon of choice to hit them back”
Banksy
Para poder adentrarnos en la pregunta fundamental de este
ensayo, Es el grafiti un acto político? Es necesario en primer lugar establecer
las características del espacio que lo contiene, su soporte.
Partiendo del concepto de “Civitas”, la ciudad es un
fundamentalmente un aglomerado de individuos, ciudadanos. La Ciudad es una de
las unidades centrales de la vida política de un Estado. Esto por consecuente hace del ciudadano la
célula irreductible de la vida política. Parafraseando a Aristóteles, el hombre
como animal político se ejerce plenamente dentro de la ciudad.
Por otra parte solo se puede considerar la figura del
ciudadano dentro de un marco democrático. Ya que el poder político dentro de
este tipo de régimen se construye a partir de la colectividad, por definición
siguiendo las palabras de Abraham Lincoln, “ El gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo.
Esta consideración del régimen democrático plantea la
decisión colectiva, delegada en sus representantes en el caso de una democracia
representativa valga la redundancia o de forma participativa en la que el
individuo tiene un acceso más directo a la esfera Política.
Queda por preguntarse el nivel de cobertura que tiene el
titulo ciudadano dentro la totalidad de las personas que habitan la ciudad,
pero sobre este punto se discutirá más adelante.
Retomando la noción de Ciudad, es necesario considerarle no
como un espacio meramente físico, sino más bien una entidad amorfa que cambia y
se reconstruye en el tránsito y participación de sus habitantes. Esto brinda
una mayor amplitud cuando la consideramos como un nudo comunicacional.
La ciudad por lo tanto ofrece una serie de imaginarios y
construcciones discursivas de las que formamos parte con o sin nuestro
conocimiento. Ahora este espacio amorfo, presenta una serie de dinámicas de
poder y representación que se estructuran de forma jerárquica. En muchos casos
planteando dinámicas de socialización asimétricas. La participación ciudadana se ve direccionada
por diversos motivos, sin embargo en una lógica capitalista de consumo, esta se
puede ver alienada por influencias ajenas al ciudadano.
Como lo expone el texto de George J. García en Observación sobre la vida en la ciudad ( “u
hormiguear se dice de muchos modos”) , extraído de Identidades y ciudades, patrimonios imaginarios. La Ciudad es comparada a un hormiguero, tanto
en su actividad febril e interminable como por su carácter casi mecánico de
funcionamiento. Este carácter mecánico es definido por sus estrategias de
tránsito, estrategias que muchas veces corresponden a dinámicas
económicas. Estas dinámicas, reducen al
ciudadano en un consumidor. Restándole así importancia a su participación
directa y activa en la vida urbana.
Dentro de un contexto capitalista liberal, la diario
transitar se puede ver reducido a una relación de simple consumismo, la ciudad
aparece entonces como un espacio en gran medida inconsciente. Dentro de esta
dinámica, el ciudadano no se percata de su entorno, lo supone, lo habita, pero
le es ajeno. Retomando las palabras de
García, “La vida en la ciudad supone cierta capacidad de indiferencia”(
Identidades y ciudades, patrimonios imaginarios, p117).
Siendo la Ciudad, como ya se ha expuesto, espacio de
interacción política, la indiferencia en su tránsito puede reflejar un
acercamiento ciudadano indiferente a la vida política. Esta disposición
ciudadana parece también acarrear una amnesia colectiva. Lo que implica un
detrimento en la relaciones de pertenecía.
Ahora bien la Ciudad está conformada por la aglomeración de
individuos. La voluntad colectiva se impone sobre la individual, sin embargo en
el contexto capitalista esta dinámica individualista plantea una serie de
problemas, siendo la propiedad privada de mayor relevancia para el objetivo de
este ensayo. Si el individuo existe en
función del espacio y de su interacción en este ( García, p121), las dinámicas
económicas asimétricas, transforman al ciudadano en actor económico más que
político, por lo tanto sometido no a los contratos establecidos en
colectividad, pero sujeto a las influencias económicas hegemónicas. Estas
influencias, despliegan de forma dimensionalmente diferente sus discursos, a
las opiniones populares, hasta llegar al punto de moldearlas. Ejemplo de esto
es el ataque publicitario interminable al que se somete el ciudadano en el tránsito
de su ciudad, enfrentado a discursos desconexos de su realidad, imponiendo en él,
modos de vida muchas veces inalcanzables. “ La Ciudad nos resulta conocida, mas
no familia. La ciudad nos es ajena, nos ha sido alienada”. El espacio el
convertirse en mercancía deja de tener carácter político. La planificación del espacio urbano en
función de su desarrollo económico desplaza la participación ciudadana al marco
consumista. En donde quien detiene el poder ya no es la ciudadano si no el
individuo con mayor poder adquisitivo. La ciudad deja de ofrecer espacios de
participación pública para remplazarlo con actividades puntuales para las que
en su mayoría requieren de un costo de entrada. El espacio público, fragmentado
al infinito en la propiedad privada.
Es por lo tanto pertinente afirmar como lo hace Vernor Muñoz
Villalobos en Ciudad de pobres corazones
en Ciudades e identidades, Patrimonios
Imaginarios, “ La construcción y permanencia de las ciudades surge paralela
a la construcción de las ciudadanías”.
La ciudadanía se construye a partir de un sentido de pertenencia al
entorno, y si el entorno se presenta asi mismo como ajeno y alienante, por lo
tanto la ciudadanía amnésica y indeferente es relfejo no solo de la vida
urbana, sino también de la vida política del ciudadano.
La reapropiación del espacio surge ahora como una
posibilidad de participación publica y por lo tanto política. Es finalmente en
este contexto en el cual se enmarca el grafiti como un acto de participación
publica. Sin embargo como ya se ha analizado anteriormente, el consumismo y la
propiedad privada parecen regir la vida urbana, haciendo del grafiti un acto
vandálico.
Pasamos ahora a analizar la legitimidad de la desobediancia
civil, como una herramienta de participación política, frente a sistemas de
representación inadecuados. Teniendo en cuenta que el espacio se estructura en
función de una dinámica económica, la representatividad de imaginarios propios
frente a imaginarios impuestos plantea un problema entre legalidad y
representatividad ciudadana.
García Canclini, en su obra Imaginarios urbanos, presenta dentro del marco
latinoamericano, los procesos democráticos que buscan un mayor reconocimiento de
derechos individuales evidencia la desigualdad de representatividad que existe
entre las esferas que detienen el poder formal, y sus gobernados. Al igual que
los plantea Helio Gallardo en su crítica a las democracias latinoamericanas,
donde la representatividad y el bien estar colectivo se ve cuartado por las
agendas personales tanto de figuras políticas como económicas. Parece ser que
el régimen democrático, si bien asegura derechos como lo son el de expresión, y
el de tránsito, no es completamente adecuado y puede ser fácilmente
manipulable. Como es el caso de la dictadura del Partido Revolucionario
Institucional (vale la pena hacer mención a lo contradictorio del nombre) donde
la democracia entendida como meramente como tecnología, puede caer en abusos.
Ahora bien, el régimen democrático, se construye en
principio bajo contratos sociales que aseguran en primer lugar la seguridad del
individuo en su comunidad y posteriormente su libertad. La libertad en la
participación política es una condición necesaria para que los procesos
democráticos sean legítimos. La legitimidad de los contratos reside en el poder
que ejerce la ley sobre sus ciudadanos.
ES ciudadano a que tiene la libertad de ejercer sus derechos
civiles. La libertad como lo señala Michel Onfray en el Anti-manual de la filosofía,
no es un constructo a priori, la libertad se construye en consenso. Esta
se define por sus límites, límites que asegurar un respeto del prójimo y de su
propiedad. Se limita la libertad cuando representa un daño al otro. Ahora bien
quien define el daño y el castigo es la autoridad soberana, siendo la única con
la potestad de ejercer la violencia legítima. Sin embargo, esto resulta cuando
la esfera gobernante vela por los intereses del pueblo. Pero como ya se ha
discutido, parece ser que estas esferas no siempre priorizan los intereses
populares, desviándose hacia objetivos comerciales.
El respeto a los derechos civiles se le delega sobre todo en
el marco de una democracia representativa a terceros. Lo cual plantea el
problema de la confianza que se tiene de estos terceros.
“ Asi, sois libres mientras que una figura de la autoridad
no os lo prohíba”( Onfray, Anti-Manual de Filosofía, p150). Onfray plantea una
definición de libertad negativa en este caso, propia a contextos
liberales. Sin embargo, esta definición
no deja espacio para la desobediencia legítima frente a un sistema inadecuado.
La noción de libertad positiva, también plantea ciertas restricciones a lo que
es considerado un acto vandálico. La libertad se ve enmarcada en la dualidad de
lo legal y del derecho individual. Sin
embargo como lo plantea Onfray, la libertad no se puede construir en una
dinámica unidireccional, necesita de una construcción colectiva.
Pero el tránsito urbano, no está regido por un participación
activa, más bien direccionada, coaccionada por dinámicas económicas, en las
cuales no se tiene un acceso significativo para la reconstrucción de su
espacio. Se es libre por lo tanto de
consumir comida rápida, comprar, soñar con teléfonos y someterse a planes de
pago, mas no se es libre de escribir en los muros.
Ya nos estamos acercando más al núcleo problemático de este
ensayo. Parece haber una disparidad
abismal entre la representación de discursos propios de los ciudadanos, frente
a discursos publicitarios y propagandísticos. En este caso, se puede plantear
la pregunta de si el poder adquisitivo de las empresas que pueblan el paisaje
urbano de imágenes insípidas no se
impone de manera violenta ya no a ciudadanos, pero a consumidores.
Esta disparidad no parece ser considerada por la Ley. La
propiedad privada y su uso se imponen sobre el ciudadano como lector y actor de
su entorno. Si el ciudadano se define
como tal por el ejercicio de sus libertades públicas, su falta de interacción y
pertenencia ponen en juego su rol como actor político dentro de la Urbe. Es por
lo tanto coherente preguntarse qué otras formas o canales de representación son
posibles, y tal vez más importante, accesibles.
Frente a un Leviatán, que se dibuja como una enorme máquina
de engranes oxidados y corruptos, se replantea la posición de la ciudadanía
como el verdadero soberano del Estado-Nación democrático. Si bien el sistema representativo ofrece la
posibilidad de un actuar político, generalmente se reduce al uso meramente
instrumental y tecnológico de los procesos democráticos. Y cuyos canales
representativos se ven muchas veces atrofiados.
Surge entonces el concepto de la desobediencia civil como el
reflejo de la voluntad popular frente a la imposición de la Ley considerada
inadecuada.
Frente a una postura contractualista la desobediencia civil
se justifica, como el derecho a objetar del ciudadano frente el sistema
legislativo. Correspondo al ciudadano
replantear su participación pública, retomar la ciudad, como lo asegura, George
J García, en Observación sobre la vida en
la ciudad ( “u hormiguear se dice de muchos modos”).
La desobediencia civil se presenta como un derecho
fundamental de un régimen democrático, esta apela a la libertad de expresión y
sobre todo al derecho a diferir con los mandatos del Gobierno. Michael Onfray,
apoyándose de un extracto de John Locke, siendo un contractualista plantea los
fundamentos que legitiman la desobediencia civil. Teniendo en cuenta que una
sociedad democrática se construye de forma consensual, la figura de la ley se
presenta como reguladora de estos contratos. Sin embargo como lo presenta
Onfray en su texto, Resistir, deber
imperioso. El contrato se fundamenta en la obligación de ambas
partes, en el momento en que una de las partes incumple o no responde de forma
adecuada al contrato, la otra tiene el derecho y la obligación de obviar dicho
contrato.
Ahora esto puede sonar un poco abstracto en lo que se
refiere al grafiti, sin embargo como lo señala el artista Banksy, no existe una
relación ni remotamente simétrica en la construcción de imaginarios urbanos,
que son los que finalmente construyen la ciudadanía.
Parece ser que la ley formal, no tiene en cuenta dentro de
una dinámica de libre mercado, una
restricción a la cantidad de publicidad a la que puede someterse al ciudadano.
Por lo tanto, no existe una verdadera posibilidad de participación pública sin
que medie el poder adquisitivo.
Esta asimetría en la participación política y económica
urbana, es evidenciada por Javier de Lucas en su entrevista, Desobediencia Civil. Donde se plantea el problema de accesibilidad
a las leyes y por lo tanto a las libertades de la colectividad frente aquellos
que detienen el poder económico.
Como justificar la desobediencia civil, resulta un ejerció
reflexivo sobre las características fundamentales del régimen democrático. La principal característica de la
desobediencia civil es su naturaleza pública. Esta característica la distancia
de la disidencia privada. Su carácter
público como lo señala Javier de Lucas, consiste en que la desobediencia civil
busca canales alternos de participación política frente a estructuras
inadecuadas. El acto de desobediencia público, transforma el espacio urbano en
una plataforma de discusión política. Interpelando a la colectividad anónima de
forma directa, pasando por alto los canales habituales que bien pueden resultar
insuficientes o sujetos a censura.
Es importante mencionar, aunque no enfatice en sus
acercamientos al tema de discusión, que la desobediencia civil ha sido planteada
como un vector de cambio social en contextos de desigualdad de derechos muy
significativos. Como lo son el caso de Mahatma Gandhi y el Dr. Martin Luther
King.
Aunque estos insuperables ejemplos abren el camino de forma
impecable hacia la segunda característica primordial de la desobediencia civil
como acto político. Es imperativo que el acto se pacifico. Dado que no incurre
en la violación de la integridad física del otro. Sin esto, no distaría de un
acto de rebelión. Lo que implica que la
desobediencia civil no necesariamente infiere el rompimiento absoluto del
sistema. Si no más bien su adecuación.
La desobediencia civil marca por lo tanto los límites de
cobertura de la ley o sus inadecuaciones.
Sin embargo cabe preguntarse si el grafiti no representa acaso un daño a
la propiedad privada y por lo tanto representar una agresión al otro. Lo que lo
dejaría fuera del manto protector de la desobediencia civil y lo enmarcaría más
cercano al vandalismo.
Es cierto que no todo grafiti tiene un carácter de protesta
política, sin embargo el valor del acto político no reside tanto en su
contenido como en el acto. Ya que lo que se discute aquí no es el fondo de los
discursos que se nos imponen como transeúntes, si no quienes los emiten.
Es en el acto de reapropiación urbana que se puede plantear
un acto de ciudadano soberano, rector de su espacio. La imposición del discurso
es innegable, mas por que ha de ser natural ser expuesto 24 horas al día y 7
días a la semana a productos comerciables. El contrato de no agresión espacial
parece ahora inestable.
La noción de Anna Ardent presentada por Gilma Liliana
Ballesteros en su Resumen analítico de
aspectos téoricos e históricos de la desobediencia civil, coincide con la
postura de Javier de Lucas y de Michel Onfray. En que la desobediencia civil
responde dinámica entre moral y ley. Donde una ley tacita parece imperar sombre
la legitimidad de la ley formal.
Javier de Lucas habla de cómo en el momento en que la Ley se
presenta inadecuada el deber de obligación se pone en juego.
Aparentemente el grafiti no ofrece la complejidad necesaria
para calificar como desobediencia ciudadana. Ya que es también la imposición de
una minoría. Sin embargo según lo señala Ballesteros, Ardent reivindica en la
desobediencia ciudadana como un reducto de las minorías para hacer sentir su
incomodidad.
Por otra parte la desobediencia civil necesita de un factor
transgresor del orden público para ser manifestado. Así como las marchas de
protesta representan una fuerza discursiva de la voluntad popular o bien
ciertos grupos, también se imponen a la
mayoría coartando su derecho al tránsito.
La reapropiación urbana, es planteada por Banksy en su Obra Wall and Piece, la publicidad y
propagando son igualmente invasivos. Por lo que una respuesta individual puede
ser igualmente valida.
Reitero que es en la participación ciudadana en la vida
pública lo que construye no solamente la Ciudad sino que se expande al
Estado-Nación. Por otra parte que la
reapropiación urbana ofrece la posibilidad no solo de ser lector, si no también
creador del espacio en el que se habita.
Parafraseando a
Longhi y Benoit, el grafiti en todas sus dimensiones representa un acto
político, ya que la reapropiación de la ciudad por sus ciudadanos es uno de los
elementos fundamentales de la democracia.
La reapropiación urbana, gráfica en este caso, ofrece un
espacio alterno de comunicación. Como acto público interpela a la opinión pública. Finalmente una disciplina grafica que plantea
estrategias diferentes de tránsito que ofrece la posibilidad de discusión con
el ciudadano anónimo, ya sea meramente estética, contestataria o meramente
representativa a algún grupo.
Por otro lado es innegable que es casos de extrema represión
política, la transgresión anónima grita con furia al pasante. Teniendo en
cuenta el poder alienante que tienen las imágenes, tomando como ejemplo la
guerra propagandística entre las potencias hegemónicas durante La Segunda
Guerra Mundial, es considerable tener en cuenta el propio poder de intervención
grafica en busca de una sociedad menos hostil y más inclusiva.
Si bien algunos artistas del grafiti han recurrido a la
legalidad, de igual forma que el muralismo mexicano de principios de siglo fue
institucionalizado. No de ser una reapropiación alterna y tal vez más valiosa
que un muro vacío o una valla publicitaria.
Finalmente como acto estético ofrece una posibilidad
transito diferente, como acto político reivindica la soberanía del ciudadano
sobre muros y gigantes comerciales.
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