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jueves, 25 de julio de 2013

El Graffiti como acto Político.



“ Well, they started the fight and the wall is the weapon of choice to hit them back”
Banksy


Para poder adentrarnos en la pregunta fundamental de este ensayo, Es el grafiti un acto político? Es necesario en primer lugar establecer las características del espacio que lo contiene, su soporte.
Partiendo del concepto de “Civitas”, la ciudad es un fundamentalmente un aglomerado de individuos, ciudadanos. La Ciudad es una de las unidades centrales de la vida política de un Estado.  Esto por consecuente hace del ciudadano la célula irreductible de la vida política. Parafraseando a Aristóteles, el hombre como animal político se ejerce plenamente dentro de la ciudad.
Por otra parte solo se puede considerar la figura del ciudadano dentro de un marco democrático. Ya que el poder político dentro de este tipo de régimen se construye a partir de la colectividad, por definición siguiendo las palabras de Abraham Lincoln, “ El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Esta consideración del régimen democrático plantea la decisión colectiva, delegada en sus representantes en el caso de una democracia representativa valga la redundancia o de forma participativa en la que el individuo tiene un acceso más directo a la esfera Política.
Queda por preguntarse el nivel de cobertura que tiene el titulo ciudadano dentro la totalidad de las personas que habitan la ciudad, pero sobre este punto se discutirá más adelante.
Retomando la noción de Ciudad, es necesario considerarle no como un espacio meramente físico, sino más bien una entidad amorfa que cambia y se reconstruye en el tránsito y participación de sus habitantes. Esto brinda una mayor amplitud cuando la consideramos como un nudo comunicacional. 
La ciudad por lo tanto ofrece una serie de imaginarios y construcciones discursivas de las que formamos parte con o sin nuestro conocimiento. Ahora este espacio amorfo, presenta una serie de dinámicas de poder y representación que se estructuran de forma jerárquica. En muchos casos planteando dinámicas de socialización asimétricas.  La participación ciudadana se ve direccionada por diversos motivos, sin embargo en una lógica capitalista de consumo, esta se puede ver alienada por influencias ajenas al ciudadano.
Como lo expone el texto de George J. García en Observación sobre la vida en la ciudad ( “u hormiguear se dice de muchos modos”) , extraído de Identidades y ciudades, patrimonios imaginarios.  La Ciudad es comparada a un hormiguero, tanto en su actividad febril e interminable como por su carácter casi mecánico de funcionamiento. Este carácter mecánico es definido por sus estrategias de tránsito, estrategias que muchas veces corresponden a dinámicas económicas.  Estas dinámicas, reducen al ciudadano en un consumidor. Restándole así importancia a su participación directa y activa en la vida urbana.
Dentro de un contexto capitalista liberal, la diario transitar se puede ver reducido a una relación de simple consumismo, la ciudad aparece entonces como un espacio en gran medida inconsciente. Dentro de esta dinámica, el ciudadano no se percata de su entorno, lo supone, lo habita, pero le es ajeno.  Retomando las palabras de García, “La vida en la ciudad supone cierta capacidad de indiferencia”( Identidades y ciudades, patrimonios imaginarios, p117).
Siendo la Ciudad, como ya se ha expuesto, espacio de interacción política, la indiferencia en su tránsito puede reflejar un acercamiento ciudadano indiferente a la vida política. Esta disposición ciudadana parece también acarrear una amnesia colectiva. Lo que implica un detrimento en la relaciones de pertenecía.
Ahora bien la Ciudad está conformada por la aglomeración de individuos. La voluntad colectiva se impone sobre la individual, sin embargo en el contexto capitalista esta dinámica individualista plantea una serie de problemas, siendo la propiedad privada de mayor relevancia para el objetivo de este ensayo.  Si el individuo existe en función del espacio y de su interacción en este ( García, p121), las dinámicas económicas asimétricas, transforman al ciudadano en actor económico más que político, por lo tanto sometido no a los contratos establecidos en colectividad, pero sujeto a las influencias económicas hegemónicas. Estas influencias, despliegan de forma dimensionalmente diferente sus discursos, a las opiniones populares, hasta llegar al punto de moldearlas. Ejemplo de esto es el ataque publicitario interminable al que se somete el ciudadano en el tránsito de su ciudad, enfrentado a discursos desconexos de su realidad, imponiendo en él, modos de vida muchas veces inalcanzables. “ La Ciudad nos resulta conocida, mas no familia. La ciudad nos es ajena, nos ha sido alienada”. El espacio el convertirse en mercancía deja de tener carácter político.  La planificación del espacio urbano en función de su desarrollo económico desplaza la participación ciudadana al marco consumista. En donde quien detiene el poder ya no es la ciudadano si no el individuo con mayor poder adquisitivo. La ciudad deja de ofrecer espacios de participación pública para remplazarlo con actividades puntuales para las que en su mayoría requieren de un costo de entrada. El espacio público, fragmentado al infinito en la propiedad privada.
Es por lo tanto pertinente afirmar como lo hace Vernor Muñoz Villalobos en Ciudad de pobres corazones en Ciudades e identidades, Patrimonios Imaginarios, “ La construcción y permanencia de las ciudades surge paralela a la construcción de las ciudadanías”.  La ciudadanía se construye a partir de un sentido de pertenencia al entorno, y si el entorno se presenta asi mismo como ajeno y alienante, por lo tanto la ciudadanía amnésica y indeferente es relfejo no solo de la vida urbana, sino también de la vida política del ciudadano.
La reapropiación del espacio surge ahora como una posibilidad de participación publica y por lo tanto política. Es finalmente en este contexto en el cual se enmarca el grafiti como un acto de participación publica. Sin embargo como ya se ha analizado anteriormente, el consumismo y la propiedad privada parecen regir la vida urbana, haciendo del grafiti un acto vandálico.
Pasamos ahora a analizar la legitimidad de la desobediancia civil, como una herramienta de participación política, frente a sistemas de representación inadecuados. Teniendo en cuenta que el espacio se estructura en función de una dinámica económica, la representatividad de imaginarios propios frente a imaginarios impuestos plantea un problema entre legalidad y representatividad ciudadana.
García Canclini, en su obra Imaginarios urbanos, presenta dentro del marco latinoamericano, los procesos democráticos que buscan un mayor reconocimiento de derechos individuales evidencia la desigualdad de representatividad que existe entre las esferas que detienen el poder formal, y sus gobernados. Al igual que los plantea Helio Gallardo en su crítica a las democracias latinoamericanas, donde la representatividad y el bien estar colectivo se ve cuartado por las agendas personales tanto de figuras políticas como económicas. Parece ser que el régimen democrático, si bien asegura derechos como lo son el de expresión, y el de tránsito, no es completamente adecuado y puede ser fácilmente manipulable. Como es el caso de la dictadura del Partido Revolucionario Institucional (vale la pena hacer mención a lo contradictorio del nombre) donde la democracia entendida como meramente como tecnología, puede caer en abusos.
Ahora bien, el régimen democrático, se construye en principio bajo contratos sociales que aseguran en primer lugar la seguridad del individuo en su comunidad y posteriormente su libertad. La libertad en la participación política es una condición necesaria para que los procesos democráticos sean legítimos. La legitimidad de los contratos reside en el poder que ejerce la ley sobre sus ciudadanos.
ES ciudadano a que tiene la libertad de ejercer sus derechos civiles. La libertad como lo señala Michel Onfray en el Anti-manual de la filosofía,  no es un constructo a priori, la libertad se construye en consenso. Esta se define por sus límites, límites que asegurar un respeto del prójimo y de su propiedad. Se limita la libertad cuando representa un daño al otro. Ahora bien quien define el daño y el castigo es la autoridad soberana, siendo la única con la potestad de ejercer la violencia legítima. Sin embargo, esto resulta cuando la esfera gobernante vela por los intereses del pueblo. Pero como ya se ha discutido, parece ser que estas esferas no siempre priorizan los intereses populares, desviándose hacia objetivos comerciales.
El respeto a los derechos civiles se le delega sobre todo en el marco de una democracia representativa a terceros. Lo cual plantea el problema de la confianza que se tiene de estos terceros.  
“ Asi, sois libres mientras que una figura de la autoridad no os lo prohíba”( Onfray, Anti-Manual de Filosofía, p150). Onfray plantea una definición de libertad negativa en este caso, propia a contextos liberales.  Sin embargo, esta definición no deja espacio para la desobediencia legítima frente a un sistema inadecuado. La noción de libertad positiva, también plantea ciertas restricciones a lo que es considerado un acto vandálico. La libertad se ve enmarcada en la dualidad de lo legal y del derecho individual.  Sin embargo como lo plantea Onfray, la libertad no se puede construir en una dinámica unidireccional, necesita de una construcción colectiva.
Pero el tránsito urbano, no está regido por un participación activa, más bien direccionada, coaccionada por dinámicas económicas, en las cuales no se tiene un acceso significativo para la reconstrucción de su espacio.  Se es libre por lo tanto de consumir comida rápida, comprar, soñar con teléfonos y someterse a planes de pago, mas no se es libre de escribir en los muros.
Ya nos estamos acercando más al núcleo problemático de este ensayo.  Parece haber una disparidad abismal entre la representación de discursos propios de los ciudadanos, frente a discursos publicitarios y propagandísticos. En este caso, se puede plantear la pregunta de si el poder adquisitivo de las empresas que pueblan el paisaje urbano de imágenes insípidas  no se impone de manera violenta ya no a ciudadanos, pero a consumidores.
Esta disparidad no parece ser considerada por la Ley. La propiedad privada y su uso se imponen sobre el ciudadano como lector y actor de su entorno.  Si el ciudadano se define como tal por el ejercicio de sus libertades públicas, su falta de interacción y pertenencia ponen en juego su rol como actor político dentro de la Urbe. Es por lo tanto coherente preguntarse qué otras formas o canales de representación son posibles, y tal vez más importante, accesibles.
Frente a un Leviatán, que se dibuja como una enorme máquina de engranes oxidados y corruptos, se replantea la posición de la ciudadanía como el verdadero soberano del Estado-Nación democrático.  Si bien el sistema representativo ofrece la posibilidad de un actuar político, generalmente se reduce al uso meramente instrumental y tecnológico de los procesos democráticos. Y cuyos canales representativos se ven muchas veces atrofiados.
Surge entonces el concepto de la desobediencia civil como el reflejo de la voluntad popular frente a la imposición de la Ley considerada inadecuada.
Frente a una postura contractualista la desobediencia civil se justifica, como el derecho a objetar del ciudadano frente el sistema legislativo.  Correspondo al ciudadano replantear su participación pública, retomar la ciudad, como lo asegura, George J García, en Observación sobre la vida en la ciudad ( “u hormiguear se dice de muchos modos”).
La desobediencia civil se presenta como un derecho fundamental de un régimen democrático, esta apela a la libertad de expresión y sobre todo al derecho a diferir con los mandatos del Gobierno. Michael Onfray, apoyándose de un extracto de John Locke, siendo un contractualista plantea los fundamentos que legitiman la desobediencia civil. Teniendo en cuenta que una sociedad democrática se construye de forma consensual, la figura de la ley se presenta como reguladora de estos contratos. Sin embargo como lo presenta Onfray en su texto, Resistir, deber imperioso. El contrato se fundamenta en la obligación de ambas partes, en el momento en que una de las partes incumple o no responde de forma adecuada al contrato, la otra tiene el derecho y la obligación de obviar dicho contrato.
Ahora esto puede sonar un poco abstracto en lo que se refiere al grafiti, sin embargo como lo señala el artista Banksy, no existe una relación ni remotamente simétrica en la construcción de imaginarios urbanos, que son los que finalmente construyen la ciudadanía.
Parece ser que la ley formal, no tiene en cuenta dentro de una dinámica de libre mercado,  una restricción a la cantidad de publicidad a la que puede someterse al ciudadano. Por lo tanto, no existe una verdadera posibilidad de participación pública sin que medie el poder adquisitivo.
Esta asimetría en la participación política y económica urbana, es evidenciada por Javier de Lucas en su entrevista, Desobediencia Civil.  Donde se plantea el problema de accesibilidad a las leyes y por lo tanto a las libertades de la colectividad frente aquellos que detienen el poder económico.
Como justificar la desobediencia civil, resulta un ejerció reflexivo sobre las características fundamentales del régimen democrático.  La principal característica de la desobediencia civil es su naturaleza pública. Esta característica la distancia de la disidencia privada.  Su carácter público como lo señala Javier de Lucas, consiste en que la desobediencia civil busca canales alternos de participación política frente a estructuras inadecuadas. El acto de desobediencia público, transforma el espacio urbano en una plataforma de discusión política. Interpelando a la colectividad anónima de forma directa, pasando por alto los canales habituales que bien pueden resultar insuficientes o sujetos a censura.
Es importante mencionar, aunque no enfatice en sus acercamientos al tema de discusión, que la desobediencia civil ha sido planteada como un vector de cambio social en contextos de desigualdad de derechos muy significativos. Como lo son el caso de Mahatma Gandhi y el Dr. Martin Luther King.
Aunque estos insuperables ejemplos abren el camino de forma impecable hacia la segunda característica primordial de la desobediencia civil como acto político. Es imperativo que el acto se pacifico. Dado que no incurre en la violación de la integridad física del otro. Sin esto, no distaría de un acto de rebelión.  Lo que implica que la desobediencia civil no necesariamente infiere el rompimiento absoluto del sistema. Si no más bien su adecuación.
La desobediencia civil marca por lo tanto los límites de cobertura de la ley o sus inadecuaciones.  Sin embargo cabe preguntarse si el grafiti no representa acaso un daño a la propiedad privada y por lo tanto representar una agresión al otro. Lo que lo dejaría fuera del manto protector de la desobediencia civil y lo enmarcaría más cercano al vandalismo.
Es cierto que no todo grafiti tiene un carácter de protesta política, sin embargo el valor del acto político no reside tanto en su contenido como en el acto. Ya que lo que se discute aquí no es el fondo de los discursos que se nos imponen como transeúntes, si no quienes los emiten.
Es en el acto de reapropiación urbana que se puede plantear un acto de ciudadano soberano, rector de su espacio. La imposición del discurso es innegable, mas por que ha de ser natural ser expuesto 24 horas al día y 7 días a la semana a productos comerciables. El contrato de no agresión espacial parece ahora inestable.
La noción de Anna Ardent presentada por Gilma Liliana Ballesteros en su Resumen analítico de aspectos téoricos e históricos de la desobediencia civil, coincide con la postura de Javier de Lucas y de Michel Onfray. En que la desobediencia civil responde dinámica entre moral y ley. Donde una ley tacita parece imperar sombre la legitimidad de la ley formal.
Javier de Lucas habla de cómo en el momento en que la Ley se presenta inadecuada el deber de obligación se pone en juego.

Aparentemente el grafiti no ofrece la complejidad necesaria para calificar como desobediencia ciudadana. Ya que es también la imposición de una minoría. Sin embargo según lo señala Ballesteros, Ardent reivindica en la desobediencia ciudadana como un reducto de las minorías para hacer sentir su incomodidad.
Por otra parte la desobediencia civil necesita de un factor transgresor del orden público para ser manifestado. Así como las marchas de protesta representan una fuerza discursiva de la voluntad popular o bien ciertos grupos, también se imponen  a la mayoría coartando su derecho al tránsito.  La reapropiación urbana, es planteada por Banksy en su Obra Wall and Piece, la publicidad y propagando son igualmente invasivos. Por lo que una respuesta individual puede ser igualmente valida.
Reitero que es en la participación ciudadana en la vida pública lo que construye no solamente la Ciudad sino que se expande al Estado-Nación.  Por otra parte que la reapropiación urbana ofrece la posibilidad no solo de ser lector, si no también creador del espacio en el que se habita.
Parafraseando a  Longhi y Benoit, el grafiti en todas sus dimensiones representa un acto político, ya que la reapropiación de la ciudad por sus ciudadanos es uno de los elementos fundamentales de la democracia.
La reapropiación urbana, gráfica en este caso, ofrece un espacio alterno de comunicación. Como acto público interpela a  la opinión pública.  Finalmente una disciplina grafica que plantea estrategias diferentes de tránsito que ofrece la posibilidad de discusión con el ciudadano anónimo, ya sea meramente estética, contestataria o meramente representativa a algún grupo.
Por otro lado es innegable que es casos de extrema represión política, la transgresión anónima grita con furia al pasante. Teniendo en cuenta el poder alienante que tienen las imágenes, tomando como ejemplo la guerra propagandística entre las potencias hegemónicas durante La Segunda Guerra Mundial, es considerable tener en cuenta el propio poder de intervención grafica en busca de una sociedad menos hostil y más inclusiva.
Si bien algunos artistas del grafiti han recurrido a la legalidad, de igual forma que el muralismo mexicano de principios de siglo fue institucionalizado. No de ser una reapropiación alterna y tal vez más valiosa que un muro vacío o una valla publicitaria.
Finalmente como acto estético ofrece una posibilidad transito diferente, como acto político reivindica la soberanía del ciudadano sobre muros y gigantes comerciales.








Bibliografía.
Alba de la Vega, Víctor. Alexander Jiménez Matarrita ( Editores). Identidades y Ciudades, Patrimonios Imaginarios. Editorial Arlekin. Costa Rica. 2002.
Bansky. Wall and Piece. Editorial Century. China. 2005.
Ballesteros, Gilma Liliana. Resumen analítico de aspectos téoricos e históricos de la desobediencia civil. 2005. http://www.javeriana.edu.co/politicas/publicaciones/documents/resumen.pdf
Clément, Elizabeth. Demonque, Chantal. Hansen-Love, Laurence. Kahn, Pierre. Philosophie de A a Z. Editorial Hatier. Francia. 2000.
Entrevista.  Javier de Lucas, entrevista de M. Angeles Ontiveros, Producida por  ATTAC.TV. España 2012. (http://www.attac.tv/2012/05/17584).
Gallardo, Helio. Construir un Humano, Siglo XXI. Editorial Arlekin. Costa Rica. 2006.
García Canclini, Néstor. Imaginarios Urbanos. Editorial Universitaria de Buenos Aires. Argentina. 1997.
Gallo, Rubén. Las artes de la ciudad, Ensayos sobre la Cultura visual de la Capital. Fondo de Cultura Económica. México. 2010.
Fontaine, Bernad. Graffiti une Histoire en Images. Grupo Eyrolles. Francia.2012.
Longhi, Samantha. Stencil History. Editorial C215. Francia. 2007
Maitre, Benoit y Samantha Longhi. Paris Pochoirs. Editions Alternatives. Francia. 2011.

Onfray, Michael. Antimanual de Filosofía. Editorial Edaf. Segunda edición. España. 2005.

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